La esquina caballitense que aparece en Nada.

A veces, la ficción se cuela en la vida cotidiana como una ráfaga inesperada. Y otras veces, como en este caso, la vida cotidiana se cuela en la ficción. Eso pasó con una parrilla de esquina en Caballito, en la serie Nada, la producción dirigida por Mariano Cohn y Gastón Duprat, protagonizada por Luis Brandoni y Robert De Niro, que desde su estreno el 11 de octubre de 2023 viene despertando elogios —y no solo por su elenco internacional— sino por ese Buenos Aires reconocible que retrata: los adoquines, las veredas rotas, las esquinas con cúpulas, los colectivos pasando y la gente comiendo en la calle.

En el barrio, los que la vieron no tardaron en detectar una escena que les resultaba particularmente familiar: la del crítico gastronómico Manuel Tamayo Prats (Brandoni), junto a su joven empleada paraguaya Antonia (Majo Cabrera), devorando un súper pancho en una típica parrilla de paso. La escena transcurre —y esto no es ficción— en Rojas y Yerbal, a metros de la estación Caballito del ferrocarril Sarmiento. Allí está, desde hace un cuarto de siglo, la Parrilla Rojas, con su cartel que dice “Superpancho Milan”, aunque debería decir “milanesa”: se le cayó la “esa” y así quedó. Como tantas cosas en Buenos Aires: a medio arreglar, pero funcionando.

Horacio es el dueño. Desde hace 25 años vende desde las once de la mañana hasta las nueve de la noche hamburguesas, sándwiches y, por supuesto, panchos. La clientela es fija: oficinistas, vecinos, obreros, estudiantes que cruzan desde Primera Junta. El año pasado, alguien de la producción pasó por ahí, miró el local, y dijo: “Este lugar tiene algo”. No es difícil imaginar qué fue lo que vieron: la parrilla es pequeña, tiene el toldo algo despintado, pero emana ese encanto barrial, esa textura real que no se puede montar en un estudio. La producción llevó sus propios panchos para el rodaje, pero —como suele pasar— no alcanzaron, y terminaron usando los de Horacio. “Es el súper pancho alemán, con papas y aderezos. Cuesta 350 pesos”, explica mientras atiende con una sonrisa algo tímida, casi como si no creyera del todo que su parrilla haya salido en una serie de nivel internacional.

Y aunque muchos lo reconocieron y se lo dijeron, él todavía no vio la escena. “Una señora me avisó hace poco que la habían estrenado. No sabía”, cuenta con un gesto que mezcla sorpresa y orgullo. Desde entonces, algunos se acercan, miran el local, comentan. “Pero no compran”, dice riéndose. “Los que vienen a comer son los del barrio”.

El lugar es chico, con espacio apenas para pedir al paso. A la hora del almuerzo se arma fila, no por la fama, sino por el sabor y el precio justo. Una mujer pide su pancho pasada la una y media, lo recibe rápido, lo muerde, se niega a posar para la foto pero se ríe: “Lo estoy comiendo como en la serie”. Y claro, es que Nada captura eso: el gesto, el instante, el cruce entre dos personas y un súper pancho en una esquina porteña.

Como quien no quiere la cosa, esta escena se volvió una postal. Una esquina más de Buenos Aires que se hizo famosa no por ser espectacular, sino por ser real. Porque hay algo profundamente cinematográfico en una parrilla que huele a pan caliente, en un cartel incompleto, en una fila de vecinos que no saben que están formando parte —también ellos— de una historia que ahora circula por las pantallas.

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