En el corazón de Caballito, donde las charlas de café tienen gusto a historia y los vecinos se saludan por el nombre, hay un rincón donde el desayuno viene con un bonus inesperado: imitaciones de animales.

El Greco, una de las confiterías más tradicionales del barrio, tiene en su staff a un personaje que ya es parte del paisaje barrial. Su nombre es Agustín Báez, y a sus 61 años, convirtió su talento para hacer ruidos de animales en un sello distintivo que lo volvió querido por todos los que frecuentan el lugar.
Nacido en Asunción, Paraguay, Agustín llegó a la Argentina a los 22 años “por vacaciones”, aunque la vida le tenía otros planes. Se instaló en Buenos Aires y encontró en el mundo gastronómico su espacio. Hoy, más de tres décadas después, sigue firme en el rubro, trabajando de lunes a lunes de 7 a 15 en El Greco, confitería ubicada sobre Avenida Rivadavia.
Pero Agustín no es un mozo más. Entre café y medialunas, puede pasar de imitar el ladrido de un perro al chillido de un mono, y de ahí a un bebé llorando. Todo, claro, con una sonrisa y con la intención de alegrar el día a quien lo escucha. “Un amigo me hizo un ruido, no me acuerdo cuál era, pero empecé a imitarlo y de ahí no paré más”, cuenta. Su primera imitación fue la de un perro, y con el tiempo sumó toda una fauna sonora.
Aunque no siempre fue fácil. “Al principio algunos me decían que me callara, pero otros se reían y me pedían más”, recuerda entre risas. Esa mezcla de reacciones lo ayudó a descubrir que tenía algo distinto para ofrecer: un momento de risa en la rutina porteña. Hoy sus imitaciones son casi un clásico de la casa. “Cuando comencé me pedían cosas simples, como el perro, pero ahora quieren hasta el llanto del bebé”, dice, orgulloso.
Lejos de ser una rareza, Agustín logró convertir su talento en una forma de vincularse con los demás. “Me hace sentir bien que la gente se divierta, es como si me reconocieran por algo único”, dice con humildad. Y admite que, sí, las propinas suelen mejorar cuando el ambiente se vuelve más distendido: “La gente viene a relajarse, a olvidarse de los problemas, y se va con una sonrisa. Eso ya es una recompensa para mí”.
Para los vecinos de Caballito, Agustín es mucho más que el mozo de El Greco: es parte de la identidad del barrio. De esos personajes entrañables que hacen que la ciudad, a pesar del ruido y el apuro, todavía conserve espacios donde reina la calidez. Así que si alguna mañana pasan por Rivadavia y escuchan un mugido saliendo de una confitería, no se asusten. Es Agustín, haciendo lo que mejor sabe: servir café… y alegría.